Algo más que un cuerpo

 

A veces me miro las uñas de los pies durante mucho rato. Como ahora.

Es una de las pocas partes de mi cuerpo que no han cambiado. No se han hinchado ni han adelgazado, no han desaparecido ni se han transformado. Mani dice que mi sonrisa tampoco, pero sé que miente para no hacerme daño. O es lo que quiere pensar. Que un viento tan fuerte no puede doblegar mi caña.

Necesito mirarme las uñas para recordar la importancia de la cáscara.

Lo que yo soy está en otro sitio. No es solo esto. Esto lo necesito para seguir aquí, pero si no estoy aquí estaré en otro lugar. Y ya está.

No me preocupa gran cosa. Esto es una carrera de obstáculos y a veces no da para más que eso: seguir pendiente de la próxima prueba, superarla y alegrarte y otear el horizonte con optimismo antes de que se te olvide. Bastante tengo con esta vida. Igual que a los demás, se me ha regalado este día. Es solo que ahora soy consciente de ello con una fiereza que deja a cualquiera sin aliento.

Por eso respiro hondo: para inhalar la brisa y dejar que me cure por dentro. Ojalá mis células se agarren a este sentimiento que me embarga ahora mismo, con las uñas de los pies bien metidas entre los granos de arena.

Llego tarde a la última revisión.

Es algo que he querido hacer sola. Necesitaba tomar mi existencia entre los brazos un segundo y mirarla a los ojos, como habría hecho con los hijos que no he tenido, a los que no he amamantado. Dicen los médicos que ocurre más entre mujeres sin descendencia. Creí que era un castigo divino, hasta que entendí que yo he amado y cuidado a muchos, incluido Mani.

Esto es cosa mía.

Al fin y al cabo, los médicos dicen tantas cosas.

¿Dirán si hay futuro, como si ellos pudieran prestar garantías de tal cosa? ¿Me arrebatarán el presente?

Eso temo, quizá. Es el motivo por el que llego tarde y aquí sigo, agarrando montoncitos de tierra con los pies, apretándola mucho para que no se me escape el tiempo en el reloj de arena.

No quiero que desdibujen los médicos con sus paredes blancas el azul del mar a lo lejos. La orilla resplandeciente y húmeda.

Observo a la gente alrededor, que lo da por hecho: el cielo, el mar, el suelo que pisan. Sus propios cuerpos, de todas las morfologías posibles. Algunos sonríen y otros no.

Me digo que no somos distintos. Yo a veces sonrío y otras no.

Ahora hay gente que se empeña en hablarme con tono raro, inclinan la cabeza hacia un lado y asienten repetidas veces. Parecen deseosos de salir corriendo a la mínima ocasión. Otros se deshacen en halagos vacíos.

Algunos, como Mani, saben que merezco los vítores, porque soy una luchadora. Ninguna heroína, ninguna santa. Lloro y me desgañito, aunque procure hacerlo en privado. No, si merezco los vítores es porque esto es duro. Duele. Desgarra. Te despoja de cosas. De trozos de cuerpo. De certezas.

Pero también te da.

Te da cosas que no alcanzarías de otro modo. Te da más alma. Y pone a prueba tus creencias: la fe, si queda algo en mí, es de verdad. No me la quita ni una doble mastectomía, ni seis meses de quimioterapia, ni cinco años de tamoxifeno, ni el mismísimo presidente del gobierno.

Si hay magia en el mundo, yo pienso que sí. No sé si en cuanto decida dirigirme a la consulta cambiaré de parecer.

Solo es eso: tengo miedo. A que mis verdades se difuminen. Son ellas las que me sostienen.

Al darme cuenta, me pongo en pie.

Puedo estar aquí sentada pensando y repensando, perdiéndome la playa entre tanta divagación. El hospital no va a ningún sitio. Y el presente es mío, porque es ahora, y el ahora es esta playa. ¿Cómo iban a arrebatármelo esos médicos con su asepsia y sus novedades? No pueden desdibujarla, es real. La toco. La veo. La huelo. Qué bien huele, ay. Qué olor a mar. Inaprensible para todos, y lo tengo aquí mismo, igual que el resto de bañistas, y es cuanto importa.

No lo dudo más: me desprendo de la camisola y el sombrero. Intento no fijarme en si los demás se quedan observando mi cabeza o mi pecho plano, con las cicatrices que nacen bajo las axilas. Como dos ojos cerrados, en línea recta, que se deleitan respirando el aroma salado del agua.

Camino hasta la orilla igual que si fuera la primera vez que lo hago.

Soy una niña y una adulta. No tengo edad. No tengo género. No tengo pasado ni futuro, solo presente. Soy un poco de mí y un poco del mundo. Soy un poco esta arena, y este agua, y este sol que me baña. A ello retornaré.

No sé cuándo. Nadie lo sabe. Soy parte de esto ahora. Y lo seguiré siendo siempre, esté aquí o allí.

 

Para ti, Esperanza, por tanto.

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